jueves, 30 de julio de 2009

LOS TESOROS DE SIPAN

El descubrimiento de Sipán comenzó en 1987, en medio de lo que podemos considerar el drama en la arqueología suramericana. Pueblos como el Perú, Ecuador, Colombia, Nicaragua, Bolivia, que tienen un rico pasado y un difícil presente, son víctimas del saqueo constante de su herencia cultural; lamentablemente, este saqueo se produce por los mismos nacionales debido al desconocimiento, pero en esencia debido al antiguo trabajo de los traficantes de piezas arqueológicas, que se encargan de abastecer el mercado de obras de arte que se genera en Europa y Estados Unidos.

En 1987, más o menos por el mes de febrero, se desató una verdadera fiebre de oro en el pequeño y tranquilo pueblo de Sipán, al norte del Perú; los campesinos, a raíz del saqueo de una tumba, se lanzaron a profanar este monumento arqueológico, que iba a correr la misma suerte de otros lugares del Perú. Ante este oscuro panorama, decidimos emprender el rescate arqueológico con muy pocos recursos, trabajo que nos condujo algunos meses más tarde a hacer uno de los descubrimientos más importantes de la América precolombina: la tumba intacta de un gobernante del antiguo Perú, que por primera vez podía salvarse científicamente.

La cultura moche o mochica se desarrolló en la costa norte del Perú entre los siglos I y VI de nuestra era, unos ochocientos años antes de que los incas conquistaran esta región. Los miembros de esta cultura preinca eran conocidos sobre todo por su cerámica, de una extraordinaria calidad artística y una gran fuerza expresiva, que han hecho que los estudiosos de arte los consideren una suerte de «griegos» de América, por los cánones del arte de su perfección realista, que aplicaron para confeccionar imágenes de arcilla.

Los mochicas fueron una típica cultura de oasis, es decir, una cultura que se generó y se desarrolló en el desierto, en la costa norte del Perú; debido a la influencia de la corriente de Humboldt y la presencia de la cordillera, el clima de esta región es uno de los más secos del planeta, por lo que la vida no sería posible sin una irrigación artificial. Los mochicas implementaron una tecnología hidráulica que les permitió conducir el agua de los ríos que bajan de la montaña andina y se pierde en el mar, a las zonas laterales, para crear zonas altamente productivas; el desarrollo de su arte, de su orfebrería, de su estructura social y política, así como la construcción de colosales centros piramidales, sólo fue posible gracias a su producción agrícola, que generó excedentes suficientes para mantener una población dedicada a las actividades de construcción de templos y también, por supuesto, a las actividades artísticas.

Sipán es uno de los aproximadamente cuarenta santuarios de esta monumentalidad que se encuentran en el territorio de la cultura mochica. A simple vista, estas colosales pirámides truncas, erosionadas por la naturaleza y el tiempo, parecen dos montañas de barro, delante de las cuales se encuentra una plataforma baja donde se sepultó a los hombres más importantes de su tiempo; aquí se desató el saqueo del año 87 y es donde también hemos venido llevando a cabo nuestro trabajo de investigación durante trece años seguidos.

Cada una de estas pirámides, la mayor de 150 metros de lado y 40 metros de altura, está construida íntegramente con adobes.

Cuando iniciamos nuestras investigaciones la plataforma parecía un hormiguero debido a la labor de los profanadores, que habían alterado la totalidad de la plataforma. Pese al aspecto que tenía el monumento, comenzamos a retirar todos los escombros dejados por el saqueo y después de unos cinco años de trabajo pudimos identificar que la plataforma funeraria se construyó como un gran proyecto arquitectónico a lo largo de varias generaciones y a través de diversas fases de construcción, seis en total. Hoy, después de trece años, hemos podido recuperar un total de trece tumbas de diferentes épocas y de diferentes jerarquías. La tumba más reciente es la del Señor de Sipán, que fue el primer descubrimiento, y la más antigua es la tumba del Viejo Señor de Sipán, que sería el gobernante más antiguo; en el centro se encuentran todavía otras plataformas con entierros diversos, por lo que tenemos la magnífica oportunidad de conocer la estructura sociopolítica y los patrones de enterramiento de este pueblo.

Después de una limpieza total de la plataforma, encontramos la estructura original de adobe, un pequeño recinto que había sido abierto y vuelto a sellar; allí recuperamos un total de 137 vasijas que contenían restos de alimentos, bebidas, incluyendo también el esqueleto de un hombre puesto como una ofrenda. La mayor parte de estas vasijas son cuencos o recipientes simples que representan personajes como músicos, o prisioneros desnudos y con una soga en el cuello, que denotan todas las características de la cerámica mochica; se trata de cerámica muy burda, sencilla, hecha de una manera apresurada, como para cumplir con algún ritual.

A tres metros hacia el este hay otra especie de recinto abierto, también en la plataforma, que en realidad fue la parte superior de la cámara funeraria del Señor de Sipán. Después de bajar unos tres metros, en el relleno de la tumba hallamos el esqueleto de un hombre que portaba un escudo en el antebrazo izquierdo, un resto de un casco metálico en la cabeza y los pies amputados; sin duda se trataba del guardián de la tumba que íbamos a encontrar posteriormente.

Luego de retirar el esqueleto del guardián y registrar cuidadosamente el techo de madera, se recogieron muestras que después de someterlas al carbono 14 aparecen como del año 270 después de Cristo.

Por debajo del techo había unas extrañas cintas de cobre que originalmente sujetaban la tapa de un ataúd de madera, en cuyo interior se encontraba el fardo funerario del Señor de Sipán. Por efecto de la percolación y de la humedad, los sedimentos habían penetrado en la cámara, por lo que nos tocó hacer una cuidadosa limpieza, que fue casi un trabajo de cirugía; gracias a esto realizamos un hallazgo sorprendente: un fardo con centenares de piezas de cobre dorado y algunas piezas de oro, y en el centro de este fardo la osamenta del Señor de Sipán.

Entre las primeras piezas que logramos identificar en el proceso de la excavación se encuentra un ornamento de oro y turquesa que ha pasado a convertirse ya en el objeto emblemático de la tumba. Se trata de una orejera trabajada en el mosaico de turquesa sobre un montaje de piezas de oro, que parece representar al Señor de Sipán flanqueado por dos guerreros que lo custodian.

Hacia los lados del cráneo vuelven a aparecer dos orejeras de oro y turquesa, que representan el pato pico de cuchara, una especie de ave extinta en la costa norte del Perú y que se asocia a los rituales de la fertilidad del mundo mochica.

Cuando descubrimos la tumba, nuestra primera reacción fue tratar de consultar a las instituciones acreditadas en trabajos de restauración o también a los colegas europeos sobre qué método usar para recuperar estas piezas, pero la respuesta que recibimos de nuestros colegas fue siempre la misma: no hay antecedentes de cómo recuperar tales objetos. Esto nos empujó a desarrollar métodos de registro de recuperación que, a mi juicio, son la mejor contribución que hemos podido hacer a la arqueología; primero estabilizamos las piezas muy pequeñas y después retiramos progresivamente las piezas fragmentadas en una caja que reproduce, a través de una cuadrícula, la posición exacta de cada uno de los fragmentos; sólo así pudimos recuperar algunas de las piezas que forman parte de la colección.

En una segunda capa logramos identificar una especie de paño que llamamos estandarte, conformado por piezas de cobre dorado que se encontraban en muy mal estado. Como en el Perú todavía no había la metodología ni los equipos necesarios para conservar estos objetos, acudimos a la cooperación internacional; la tumba del Señor de Sipán se restauró íntegramente en Alemania, en el Museo de Maguncia, donde se capacitó también a personal peruano de nuestro museo; hoy contamos ya con un laboratorio propio, donde se han restaurado todas las demás tumbas que hemos recuperado. En la parte inferior del cráneo hay una impresionante pieza de oro laminado pero grueso, una especie de cubrementón; hacia los lados del fardo se hallaron conchas, caracoles y moluscos típicos de las aguas calientes de la zona ecuatorial, productos que eran traídos por el sistema de intercambio en las costas del Perú y que tenía una alta valoración religiosa.

Los mochicas desarrollaron la técnica de recubrir las piezas de cobre con una capa de oro, consiguiendo los mismos resultados del sistema electrolítico que se inventó en Europa apenas en el siglo XIX; los análisis que se han hecho en Alemania comprueban que se usó una tecnología semejante, esto es, algún principio de generar electrodos para poder adherir las partículas de oro a la superficie del cobre.

En una tercera capa apreciamos un pectoral dispuesto sobre lo que sería el pecho del cuerpo del personaje, y dos narigueras de oro. El proceso de recuperación de los pectorales fue también un trabajo muy difícil. Se trataba de ornamentos formados por miles de pequeñas cuentas cilíndricas de concha de color rojo, a las que aplicamos papeletas de algodón en bebidas de resina acrílica y a la cual se aplicaba también dosificadamente esta resina para poder retirar como si fuera una piel adherida a las cuentas, pero el problema era que cualquier error en la aplicación de las resinas habría significado también adherir los pectorales que se encontraron por debajo; fue realmente un trabajo muy complicado retirar estas especies, ya que todo el registro de la tumba nos demandó cerca de diez meses; lo que usualmente los saqueadores destruyen en una sola noche.

Alrededor del pecho había un collar con una imagen radiante, que nos traslada al significado solar del Señor de Sipán; los gobernantes en el antiguo Perú decían que eran descendientes del Sol o eran los personajes que imponían el oro sobre la tierra.

El esqueleto del Señor de Sipán se hallaba muy desintegrado, era difícil encontrar un hueso que midiera más de cinco centímetros. Junto al cuerpo se encontraban los principales ornamentos y emblemas de mando y de rango: en la mano derecha llevaba un cetro de oro de un cuarto de kilo, y en la mano izquierda otro cetro más pequeño de plata, y sobre el pecho reposaba un collar formado por veinte representaciones de frutos de maní, diez de ellos en oro y diez de ellos en plata; los de oro estaban dispuestos hacia la derecha del señor y consecuentemente hacia el lado oriental, y los de plata por debajo, hacia el lado del mar, hacia el lado oeste. Había un profundo significado en la disposición de los elementos dentro de la tumba: el cuerpo del señor estaba orientado perfectamente de sur a norte, de tal manera que la mano derecha quedaba hacia el naciente y la mano izquierda hacia el

El cetro de oro que llevaba el señor en la mano derecha está rematado en forma de pirámide invertida, mientras que en la parte del mango que está confeccionada en plata vaciada se aprecian los emblemas militares: el casco, los escudos, las porras de combate, y la hoja terminada en un filo. Era a su vez cetro y cuchillo de sacrificio, sin duda el emblema principal de mando político y militar del señor, con toda su simbología militar.

A la altura de los antebrazos se encontraron unos brazaletes de turquesa, oro y concha formados por cuentas de apenas dos milímetros de diámetro; podemos imaginar la exquisita calidad artesanal de quienes fabricaron estos ornamentos.

Debajo del cráneo se hallaba un plato de oro donde reposaba la cabeza del Señor de Sipán y los pies estaban calzados con dos sandalias de plata. Se sabe que los personajes en el Perú antiguo no caminaban, los llevaban en literas; probablemente estas sandalias eran para explicar su condición divina.

El momento del descubrimiento fue la comprobación definitiva de que estábamos frente al hombre más importante de su tiempo; en las culturas del norte del Perú hay representaciones de personajes que reciben honores y ofrendas y que llevan sobre la cabeza esta corona semilunar. Debajo de la corona volvían a aparecer otros ornamentos: dos sonajeros de oro, un protector coxal y otros semejantes en plata, que representan siempre la dualidad permanente dentro de todos los ornamentos.

Los sonajeros de oro son la representación de la divinidad suprema en el mundo mochica, que aparece en distintos contextos: unas veces portando los frutos de la tierra, otras veces sembrando y otras veces llevando en una mano un cuchillo y en la otra una cabeza. Esta representación, aparentemente sangrienta, genera algunas interpretaciones que considero erróneas; en realidad, es la representación del dios que tiene el poder sobre la vida de los hombres y que en este caso aparece como un dios decapitador y, además, figurado como un dios araña.

Los protectores coxales son, sin duda, las piezas más grandes y más impactantes entre los ornamentos del señor. Estos ornamentos, que se colgaban en la parte posterior de la cintura, se utilizaban para presidir ceremonias en la cima de las pirámides, a cuarenta metros de altura de sus súbditos; generalmente las ceremonias se realizaban de espaldas a una multitud, porque el señor actuaba en esos momentos como un interlocutor entre los dioses y los hombres. La forma que tiene este ornamento nos recuerda también la cola de un ave. Casi todos los gobernantes del antiguo Perú se creían descendientes de los dioses y de las aves sagradas.

Luego de retirar un total de doce capas sucesivas, llegamos al fondo del ataúd, donde se recuperaron como parte del ajuar funerario cerca de cuatrocientas piezas de oro, plata, cobre y cobre dorado.

Una reconstrucción aproximada del ajuar funerario está en la parte céntrica del fardo. Los ornamentos que van sobre el Señor de Sipán, como los emblemas, están mirando hacia arriba y los estandartes que están debajo de él miran hacia abajo; es decir, que el cuerpo no sólo estaba orientado para conformar el significado dualístico de la derecha y la izquierda, el naciente y el poniente, sino que su cuerpo era una especie de axis mundi que representaba también el mundo de arriba y el mundo de abajo.

Después de registrar el interior del ataúd, encontramos que el señor no estaba solo dentro de su recinto funerario, pues había un total de ocho acompañantes; a la derecha, cubierto por armas y emblemas militares, se hallaba el cuerpo de quien habría sido su jefe militar; a la izquierda, y en posición invertida por encontrarse en el lado opuesto, estaba el cuerpo de un personaje al que hemos llamado el portaestandarte porque llevaba los estandartes reales, y junto a él se hallaba sepultado un perro; a la cabeza y a los pies se encontraban tres mujeres jóvenes en sus respectivos ataúdes, ninguna de las cuales había cumplido los veinte años cuando fueron sepultadas para hacerle compañía al señor; probablemente eran sus concubinas en el momento del deceso; en la esquina se hallaba el esqueleto de un niño y por debajo de los ataúdes, los esqueletos de dos llamas, los primeros animales en ser sacrificados; arriba estaba el cuerpo del guardián de la tumba en posición sedente, quien tal vez tenía la función de un simbólico vigía del recinto funerario.

Alrededor, en cinco nichos u hornacinas, se hallaron 212 vasijas, la mayor parte de ellas jarros escultóricos que representaban a personajes en actitud de oración, prisioneros o guerreros. Había una disposición tan cuidadosa en cada una de estas hornacinas, que parece una escenografía funeraria, una cosa semejante quizás en otro nivel a los guerreros de terracota; es decir, la representación de los prisioneros, los orantes, los súbditos del señor, que estaban transferidos a estas imágenes de arcilla.

La más completa de las representaciones encontradas es la que se llama escena de la presentación o de sacrificio. En la parte superior hay un personaje que recibe una copa de sacrificio de un segundo figurado como hombre ave, y en la parte inferior una litera y una secuencia de hombres jaguares que están sacrificando a prisioneros; antes del descubrimiento de la tumba de Sipán se pensaba que esto era una escena puramente mítica, una escena que nunca había existido en el mundo real de la cultura mochica, porque nunca se habían encontrado los ornamentos equivalentes a estos personajes. De este modo, la tumba pasó a convertirse en una especie de clave para reconstruir el rico mundo mochica y entender que esta diversidad de escenas que aparecen representadas en la cerámica mochica fueron en realidad escenas de rituales o de sacrificios que se realizaban en sus tiempos.

Continuando con el registro de la plataforma funeraria, nos encontramos con la tumba de un sacerdote; lo hemos llamado así porque los ornamentos denotan claramente la función que tuvo este personaje en vida. Estaba en una cámara funeraria muy semejante a la del señor y pertenecía a la misma fase de construcción.

En esta cámara encontramos el único indicio de lo que puede haber sido un sacrificio al momento mismo del entierro: es el cuerpo de una mujer, que parece haber sido arrojada en el momento mismo del entierro por la posición forzada de sus extremidades superiores.

Las excavaciones siguieron hacia el lado norte de la plataforma funeraria, una zona que estaba mejor conservada y donde después, a unos seis metros de profundidad, localizamos el entierro que hemos llamado el viejo Señor de Sipán, porque está asociado a la primera etapa de construcción de la plataforma.

Antes de localizar esta tumba apareció una cantidad impresionante de ofrendas, más de 1.500 vasijas, igualmente con una cuidadosa disposición.

Y finalmente, a seis metros de profundidad, hallamos una fosa; al momento de localizar este entierro pensábamos que se trataba de un entierro modesto, probablemente de tercer nivel jerárquico, pero nuestra sorpresa fue grande cuando encontramos sobre el fardo un impresionante collar, conformado por diez representaciones de arañas en oro; el fardo también tenía la misma característica del primer señor descubierto, alrededor había un total de veintiséis vasijas que contenían restos de alimentos y bebidas.

Indudablemente, llama aquí la atención que no hay un ataúd, lo que es una demostración clara de un cambio en los patrones funerarios; a los pies del fardo funerario se encontraban varias armas, entre éstas porras, fundas de porras y lanzas que fueron dobladas y destruidas como parte de una ofrenda o de los trofeos que el señor, en su condición de jefe militar, debió acumular en vida.

El collar de diez representaciones de arañas es una obra exquisita del arte orfebre. Cada uno de los hilos de oro que forman la tela de la araña tiene un empalme en forma de bayoneta, apenas visible a través del microscopio; el cuerpo de la araña lleva en el vientre el rostro hierático de un personaje, que bien podría ser el señor sepultado.

Entre los cerca de seiscientos objetos que hemos recuperado en esta tumba se puede ver el momento en que aparece el rostro impresionante de una divinidad felina, un felino antropomorfizado que en realidad es una imagen de cultos, semejante a la imagen de culto del hombre cangrejo; es un personaje con cabeza, extremidades y patas de felino, el cuerpo humano y coronado por una triple serpiente bicéfala: la serpiente felina en la parte superior, la serpiente ave en la parte superior de la frente y sobre ésta la serpiente pez, que simboliza las tres instancias del universo: el cielo, la tierra y el mar, las instancias sobre las que domina esta divinidad.

Alrededor del pecho se encontró un impresionante pectoral de noventa centímetros de ancho que representa la imagen de un pulpo, y en el centro de la máscara funeraria, otro pectoral que representa cabezas de serpientes con una esfera en la boca, el símbolo de la fertilidad; también un collar de plata que representa recortes de conchas y la máscara funeraria, que tiene solamente el ojo derecho. Las creencias chamanísticas antiguas de todo el continente consideran que el ojo derecho es el ojo que ve más allá de la muerte, y al momento de la muerte la máscara fue puesta sin el ojo izquierdo, que es el ojo terreno.

El hombre cangrejo lo encontramos también después del trabajo de limpieza y conservación. Este objeto es otra divinidad de culto, el dios del mar que era venerado por los mochicas y que aparecía frecuentemente en una especie de combates míticos como el dios de la tierra.

Sobre el pecho de este personaje hallamos la más impresionante cantidad de ornamentos: diez narigueras de oro y plata, dos orejeras, tres collares de oro y tres collares de plata. Si bien aquí no existe la disposición hacia la derecha y hacia la izquierda, hay una contrapartida bien metálica; tres collares de oro y tres collares de plata, los que van desde una cabeza muy realista hasta una cabeza ya en proceso que llamamos de deificación, y una cabeza totalmente felinizada que es el símbolo de la divinidad.

Las dos orejeras de oro con lentejuelas que vibran al movimiento y las narigueras representan probablemente al viejo señor, con un impresionante tocado en forma de búho, con las alas desplegadas y abiertas.

El segundo collar, conformado por cabezas de oro, representa el rostro de un anciano. Y el tercer collar de oro representa los rostros de felinos en la parte posterior. Se ve también otra helicoidal, que gira en el mismo sentido y que parece representar los remolinos en el agua.

Sobre el cuerpo del viejo Señor de Sipán había un total de diez sonajeros de oro, mientras el primer señor solamente tenía dos; el protector coxal ligeramente más pequeño; las narigueras dispuestas sobre el pecho, las orejeras, y alrededor las veintiséis vasijas con ofrendas de comidas y bebidas; hacia el lado derecho había un manojo de diez lanzas de cobre dorado, amarradas con armas intencionalmente destruidas. Los diez sonajeros de oro, el protector coxal y los brazaletes del viejo señor son también unas obras maestras; una de ellas representa un caballito de mar, que combina mosaico de lapislázuli, oro, turquesa y concha de color rojo.

Pero Sipán no solamente ha sido un lugar donde hemos podido recuperar tres tumbas de la más alta importancia, sino también otras que nos muestran las jerarquías de la sociedad mochica. Hay un total de trece tumbas y justamente la importancia del mausoleo real de Sipán radica en la diversidad de tumbas que nos muestran, como dije, la jerarquía, porque cada tumba es el reflejo de la función en vida del personaje que estaba sepultado.

La tumba cinco es la de un soldado o de un capitán importante. Es un ataúd de caña con las armas de combate, y es la única tumba que tenía un instrumento musical.

La tumba siete correspondía al entierro de dos personas jóvenes: una mujer con una corona, semejante a las mujeres principales que aparecen tanto en la tumba del señor como en la tumba del sacerdote, y un adolescente con los pies amputados; probablemente se trata del entierro de una mujer noble y el hombre sería su acompañante simbólico.

La tumba ocho nos muestra el tercer nivel jerárquico en los entierros de Sipán, el entierro de los jefes militares. Una cámara funeraria incluso más grande que la del señor pero ubicada en la plataforma inferior, donde se recuperó este entierro que corresponde a un jefe militar con emblemas de cobres; sólo tenía una nariguera de oro y junto a él había también otro ataúd con osamentas de un entierro secundario; los huesos estaban totalmente desarticulados, lo que nos permite interpretar esto como un entierro que se retiró de otro lugar para ponerlo aquí al momento de sepultar al personaje, que consideramos como un jefe militar importante.

La tumba nueve corresponde también a otro jefe militar con las armas clásicas de combate, que son unas porras de madera forradas con láminas de cobre, y una serie de ornamentos y emblemas en estandartes.

Sipán generó otro impacto. Cuando iniciamos la excavación, sabíamos que una tumba había sido saqueada y que las piezas habían ingresado en el mercado negro de antigüedades, tráfico del que son víctimas muchos países que tienen un rico pasado. A raíz de Sipán, organizamos una campaña muy fuerte para pedirles a las autoridades norteamericanas y europeas que ayudaran a evitar la adquisición de antigüedades robadas; gracias a esto se generó una ley federal en Estados Unidos, una ley de emergencia que después de dos ampliaciones ha devenido en un memorando de entendimiento y en un acuerdo bilateral para proteger no solamente Sipán sino todo el patrimonio arqueológico del Perú.

WALTER ALVA